¡Hay plástico en tus testículos!
Esto debería ser noticia de portada todos los días hasta que finalmente veamos titulares que declaren: "¡No más plástico en tus pelotas!"—con desfiles de celebración y parejas besándose en las calles.
No debería hacer falta una conferencia sobre un tratado global de contaminación por plástico para devolver este tema al centro de atención. Ni un estudio de The Lancet que revele que la contaminación plástica daña la salud desde la infancia hasta la vejez, causando enfermedades, muertes y 1.5 billones de dólares en daños sanitarios anuales.
Lo único que debería bastar es que mires tus propios testículos—o, con consentimiento, los de alguien que ames—y te des cuenta: ¡Mierda, hay microplásticos ahí dentro! Quizá no tengas testículos, pero ¿conoces a algún perro? Si ese perro los tiene, tengo malas noticias: científicos encontraron microplásticos en todos los testículos humanos y caninos que analizaron.
Patriarcado, una vez más, me has fallado.
### La obsesión con las pelotas
Creciendo en la sociedad occidental, me enseñaron que proteger los testículos era nuestra máxima prioridad. Freud decía que la identidad masculina se construía en torno al "miedo a la castración", impulsando a los hombres hacia el dominio, el control y cualquier tontería que Donald Trump hiciera ese día.
Si tu jefe te "estaba rompiendo las pelotas", era malo. Si una situación te "tenía por los huevos", era malo. ¿Una mujer "rompepelotas"? Imperdonable. Incluso existe el término antropológico "pánico al robo genital", que describe el miedo a perder la función de tus partes blandas.
Así que pensé: Claro, al patriarcado no le importará el plástico en los cuerpos de las mujeres—vinculado a atrofia ovárica, problemas endometriales y disfunción placentaria—porque soy feminista y reconozco patrones.
No esperaba que le importaran los ríos ahogados en plástico, los animales envenenados o la Gran Mancha de Basura del Atlántico Norte creciendo desde 1972. Pero ahora que los microplásticos están en tus pelotas, reduciendo el conteo de espermatozoides, inflamando tejidos y amenazando la fertilidad, seguro que entraría en juego el clásico pánico genital. Seguro que el patriarcado cabalgaría, pistolas en mano, para salvar lo que más valora.
Nope. Me has decepcionado.
En lugar de salvar tus propios testículos, estás acosando a científicos en conferencias por atreverse a decir que el plástico es un problema. Expertos que advierten que la producción de plástico se triplicará para 2060—una idea catastróficamente estúpida—son hostigados por lobistas petroquímicos que se benefician de este desastre.
Este es el sexto intento de un tratado contra la contaminación plástica desde 2022, cuando la ONU finalmente notó plástico en cerebros, hígados, riñones, sangre, articulaciones—y sí, tus pelotas. Los primeros cinco fracasaron.
Los hombres quizá teman que el feminismo les quite poder, pero chicas, nosotras no somos las que les estamos reventando las pelotas. La industria de los combustibles fósiles lo está haciendo. Cada año, 460 millones de toneladas de residuos plásticos contaminan el planeta, impulsados por los intereses de países como China, Rusia, Irán, Arabia Saudita y EE.UU. Los microplásticos ya están en todas partes—desde la cima del Everest hasta lo más profundo de la Fosa de las Marianas. Incluso en la Isla Lord Howe, una isla volcánica protegida a 600 km de la costa este de Australia con estrictos controles de visitantes, los pardelas están tan llenas de plástico que crujen al apretarlas (aunque, por favor, no lo hagas).
Hombres, piensen en lo que esto significa para su salud. Un estudio halló microplásticos en testículos humanos—y esas muestras eran de personas que murieron antes de 2016. Desde entonces, aún más plástico ha inundado el planeta. ¿La mayoría? Envases desechables, botellas y recipientes de comida. Menos del 10% se recicla.
Así que la próxima vez que veas pimientos envueltos en plástico en el supermercado, pregúntate: ¿Cuál es el verdadero costo? Piensa en el tratado global del plástico—y en tu futuro. Si el sistema no te protege, quizá sea hora de actuar.
Van Badham es columnista de Guardian Australia.