Tres frascos de vidrio llenos de erizos de mar del tamaño de una mandarina satsuma descansan sobre el escritorio del Dr. Hugh Carter en el Museo de Historia Natural. Recolectados en el Océano Austral por expediciones polares lideradas por Ernest Shackleton, Robert Falcon Scott y Carsten Borchgrevink hace más de un siglo, estos especímenes representan tanto la exploración heroica como el descubrimiento científico.
Ahora, Carter—curador de invertebrados marinos del museo—espera que estos 50 erizos antárticos preservados ayuden a revelar una historia moderna más urgente: cómo los cambios en el Océano Austral están afectando la vida marina.
En enero, Carter siguió las rutas de aquellas primeras expediciones durante un viaje de investigación de seis semanas. Su travesía, parte de un esfuerzo científico más amplio liderado por el Instituto Nacional de Agua y Atmósfera de Nueva Zelanda (Niwa), revisitó sitios muestreados por el Southern Cross de Borchgrevink, el Discovery de Shackleton y el malogrado Terra Nova de Scott entre 1898 y 1913. Scott y otros cuatro, incluido el científico jefe Edward Wilson, murieron en el hielo apenas semanas después de recolectar algunos de los especímenes que ahora están en el escritorio de Carter.
La Antártida se está calentando el doble de rápido que el promedio global, pero la falta de datos históricos dificulta rastrear cambios a largo plazo. Carter cree que comparar las conchas (o "tests") de estos erizos centenarios con muestras modernas podría arrojar luz sobre la acidificación oceánica—una consecuencia grave del cambio climático. Cuando el dióxido de carbono se disuelve en el agua de mar, reduce el pH, dificultando que la vida marina construya conchas de carbonato de calcio.
Hallazgos preliminares a bordo del buque de investigación de Carter, el RV Tangaroa, parecieron confirmar sus preocupaciones. "Sabemos que el océano se está volviendo más ácido, pero a menudo no entendemos el impacto completo", dice. "Sospechábamos que la acidificación reduciría el carbonato de calcio en el agua, dificultando la supervivencia de organismos que dependen de él".
Criaturas como corales, caracoles marinos, ostras y pequeños plancton llamados foraminíferos dependen del carbonato de calcio para sus conchas. Pero como se disuelve fácilmente en ácido, la creciente acidez amenaza su supervivencia. Investigaciones recientes muestran que el 60% de las aguas globales ya superaron los límites seguros de acidificación—una "bomba de tiempo" para los ecosistemas marinos.
Mientras los erizos centenarios en el escritorio de Carter tienen conchas fuertes y saludables, los especímenes modernos recolectados en enero eran más delgados y frágiles—tan delicados que algunos se desmoronaron bajo la presión del agua usada para limpiarlos.
"Todos los nuevos que recolectamos eran frágiles, y algunos colapsaron", dice Carter. "A primera vista, las conchas modernas parecen más débiles que las históricas, pero necesitamos más análisis para estar seguros. Aún intentamos entender exactamente cuánto y qué específicamente está causando esto".
"Hay otros factores involucrados, claro, pero el hecho de que las nuevas conchas sean más delgadas es preocupante", añade Carter.
Él señala que la acidificación oceánica podría tener consecuencias biológicas masivas: "Podría volver los océanos inhabitables para criaturas con esqueletos de calcio".
Durante la expedición, los efectos de la crisis climática fueron evidentes—algunos sitios de investigación solo fueron accesibles por el hielo derretido. El viaje también coincidió con alarmantes informes de que el hielo marino global alcanzó un mínimo histórico, otra señal de nuestro planeta en calentamiento.
Pero también hubo aspectos positivos. Carter avistó hasta 150 ballenas y lo que llamó "cantidades increíbles" de vida silvestre cerca del borde occidental de la Isla Coulman, donde se encontraron 17 especies de estrellas de mar en solo 100 metros—la misma cantidad que en todas las aguas poco profundas del Reino Unido.
"Es emocionante ver que algunas partes del mundo no están tan dañadas como podrían estar", dice. "Este es uno de los pocos lugares donde no ves contaminación plástica ni señales de pesca".
El profesor Craig Stevens, oceanógrafo de Niwa y codirector de la expedición, describió sus hallazgos como "agridulces".
"La pérdida de hielo afecta no solo al océano local, sino a todo el planeta. Este trabajo es gratificante y aleccionador. Si bien es increíble avanzar la ciencia, también vislumbramos un futuro que debemos evitar desesperadamente. Hace dolorosamente clara la urgencia de reducir emisiones de gases de efecto invernadero".