Desde el aire, Gaza se asemeja a las ruinas de una antigua civilización desenterrada tras siglos: un amasijo de hormigón fracturado, muros derrumbados y barrios marcados por cráteres y escombros, con caminos que no llevan a ninguna parte. Parece el vestigio de una ciudad perdida.
Pero esta destrucción no fue causada por un desastre natural ni por la lenta erosión del tiempo. Hace menos de dos años, Gaza era un lugar vivo y bullicioso, pese a las dificultades de su gente. Los mercados estaban abarrotados, las calles llenas de niños. Esa Gaza ya no existe: no sepultada por un volcán ni perdida en la historia, sino arrasada por una campaña militar israelí que ha dejado un paisaje similar al de un apocalipsis.
Este martes, The Guardian pudo subir a bordo de un avión militar jordano que llevaba ayuda a Gaza. Israel reanudó recientemente los lanzamientos aéreos coordinados ante la creciente presión internacional por la grave escasez de alimentos y suministros médicos, una carestía tan extrema que ahora hay hambruna.
El vuelo permitió observar cómo se arrojaban tres toneladas de ayuda sobre la asolada franja —una cantidad insignificante— y ofreció una inusual vista aérea de un territorio prácticamente inaccesible para los medios internacionales desde el 7 de octubre, cuando Israel lanzó su ofensiva. Tras los ataques liderados por Hamas ese día, Israel prohibió la entrada de periodistas extranjeros a Gaza, una medida sin precedentes en la guerra moderna que convierte este conflicto en uno de los pocos donde se ha negado el acceso a una zona de guerra activa.
Incluso desde 600 metros de altura, la devastación es evidente: abajo se distinguen los lugares de algunos de los ataques más mortíferos de la guerra. Son sitios de bombardeos y asedios documentados con gran riesgo por periodistas palestinos, muchos de los cuales han muerto. Más de 230 reporteros palestinos yacen ahora en tumbas improvisadas.
Tras unos 90 minutos de vuelo, el avión sobrevuela el norte de Gaza y la ciudad de Gaza, convertidas en un páramo de escombros y polvo. Edificios aplastados, caminos craterizados, barrios enteros borrados. Desde esta altura, la gente de Gaza es casi invisible. Solo con un potente teleobjetivo se distingue a un pequeño grupo entre las ruinas, el único signo de vida en un lugar que parece inhabitable.
Al acercarse al campo de refugiados de Nuseirat, la compuerta trasera se abre y las cajas de ayuda se deslizan, desplegando paracaídas al descender.
Según el ejército jordano, esta es su operación de lanzamiento número 140, sumándose a 293 realizadas con otros países, entregando 325 toneladas de ayuda desde el 27 de julio.
Pero estos esfuerzos distan mucho de cubrir lo necesario. Las organizaciones advierten que el hambre se extiende rápidamente. Aunque los lanzamientos dan la apariencia de acción, son costosos, ineficientes y apenas aportan una fracción de lo que podrían transportar camiones. Datos israelíes muestran que en los primeros 21 meses de guerra, 104 días de lanzamientos aéreos solo suministraron cuatro días de comida a Gaza.
Estos lanzamientos también pueden ser mortales. El año pasado, al menos 12 personas murieron ahogadas al intentar recuperar comida caída al mar, y otras cinco fueron aplastadas por cajas.
Al dirigirse al sur, el avión sobrevuela Deir al-Balah, en el centro de Gaza. Abajo, en el área de Baraka, la niña Yaqeen Hammad, de 11 años —conocida como la influencer más joven de Gaza— murió el 22 de mayo cuando un ataque israelí impactó su casa. Estaba regando flores en un pequeño jardín que cuidaba en un campamento de desplazados.
A unos kilómetros, la aeronave se acerca a Khan Younis, que soportó meses de asedio y combates alrededor de sus hospitales. En algún suburbio norte yace lo que fue el hogar de la pediatra palestina Alaa al-Najjar. Ella estaba de turno en el hospital al-Tahrir cuando su casa fue bombardeada en mayo. Su esposo y nueve de sus diez hijos murieron.
Desde arriba, llama la atención lo pequeña que es Gaza: una estrecha franja de tierra convertida en escenario de uno de los conflictos más letales del mundo. El territorio es menos de un cuarto del tamaño del Gran Londres. Sin embargo, según autoridades sanitarias, más de 60.000 personas han muerto aquí en ataques israelíes, con miles aún bajo los escombros.
A unos cientos de metros bajo nosotros, la periodista Malak A Tantesh —una sobreviviente— trabaja en su último reportaje. La mayoría de sus colegas nunca la han conocido en persona debido al bloqueo israelí, que impide a los gazatíes salir. Desplazada varias veces, lucha sin comida ni agua confiable y ha perdido familiares, amigos y su hogar. Recibir un mensaje suyo mientras sobrevolamos la zona es una experiencia sobrecogedora.
Al girar de regreso a Jordania, un soldado señala el horizonte brumoso del sur: "Ahí está Rafah".
Antes el refugio más al sur de Gaza, Rafah ahora yace en ruinas. Cientos han muerto en la desesperada búsqueda de comida desde mayo, cuando la Fundación Humanitaria de Gaza, respaldada por Israel y EE.UU., asumió la entrega de ayuda. A pocos kilómetros al este, en colinas marcadas por cráteres, está el sitio donde un ataque israelí impactó un convoy de vehículos de emergencia palestinos el 23 de marzo, matando a 15 médicos y rescatistas, luego enterrados en una fosa común.
Tras aterrizar en la base aérea jordana Rey Abdullah II, una pregunta persiste entre los periodistas a bordo: ¿Cuándo volveremos a ver Gaza?
Y después de presenciar este páramo de escombros y tumbas, ¿qué más puede destruirse cuando ya se ha perdido tanto?