Fui un prodigio del ajedrez, pero crecí en una secta religiosa. Durante años, eso me llenó de miedo y me hizo odiarme a mí mismo.

Fui un prodigio del ajedrez, pero crecí en una secta religiosa. Durante años, eso me llenó de miedo y me hizo odiarme a mí mismo.

Descubrí el ajedrez por primera vez a los nueve años, después de ver la película En busca de Bobby Fischer en HBO. En aquel entonces vivía en un pequeño pueblo de montaña en Arizona. Mucha gente asume que la película trata sobre Bobby Fischer, el genio del ajedrez recluido que venció al soviético Boris Spassky en 1972 para convertirse en el primer campeón mundial de ajedrez nacido en Estados Unidos. Pero en realidad trata sobre la búsqueda del próximo gran prodigio por parte del mundo ajedrecístico estadounidense después de que Fischer desapareciera. La historia sigue a Josh Waitzkin, un niño del Greenwich Village de Nueva York, que se sienta a jugar al ajedrez con algunos hombres sin hogar en el parque y descubre que es un talento natural—al menos, esa es la versión de Hollywood.

Para mí, En busca de Bobby Fischer fue lo que Star Wars fue para los niños un poco mayores. No solo me encantó, sino que estaba obsesionado. Cualquier niño que se haya sentido perdido, incomprendido o atrapado en medio de la nada ha soñado con empuñar un sable de luz y encontrar al Jedi que lleva dentro. Ese fui yo en el verano de 1995, pero con el ajedrez.

Éramos muy pobres. Tonto Village, donde vivíamos mis hermanos y yo, solo tenía caminos de tierra, y la mayoría de los días corríamos descalzos. Desaparecíamos en el bosque durante horas, jugando a policías y ladrones, construyendo fuertes y creando nuestros propios mundos. Para muchos niños, vivir en un lugar tan pequeño y remoto significaría soledad, con solo un puñado de otros con quienes jugar.

Pero ese no era el caso en Tonto Village. Cualquier día de verano, éramos unos cien, todos menores de 12 años, corriendo sin camisa y descalzos por las polvorientas calles, colinas, arroyos y bosques. Todos nos criábamos en la Iglesia de la Conciencia Inmortal—una secta.

Mi madre era un alma perdida, y fue su búsqueda espiritual lo que nos llevó a la iglesia, que los miembros llamaban el Colectivo o la Familia. Se basaba en las enseñanzas del Dr. Pahlvon Duran, que supuestamente vivió su última vida como un inglés del siglo XV. Pero sus enseñanzas no se transmitieron en textos antiguos, sino que fueron canalizadas a través de una médium en trance llamada Trina Kamp, quien se encontró por primera vez con el espíritu de Duran cuando tenía nueve años.

En la Iglesia de la Conciencia Inmortal, dirigida por Trina y su esposo y mánager Steven Kamp, se nos enseñaba que "no hay muerte ni muertos". Tu alma habitaba un cuerpo para aprender lecciones. Habías vivido muchas vidas y podrías vivir muchas más. Encontrar y cumplir tu "propósito" lo era todo, y para hacerlo, debías llevar una vida moralmente recta. La integridad era la clave. Si cumplías tu palabra y eras una buena persona, estabas "en integridad". Si fallabas, estabas "fuera de integridad", lo que se consideraba el peor pecado en el Colectivo.

Encontrar tu propósito significaba tanto lo que debías lograr como individuo como la vida que construirías con una pareja y una familia. La pareja correcta era tu "vibración similar"—una energía del centro del universo que vivía dentro de nosotros. Compartir una vibración similar significaba tener un matrimonio saludable, con valores compartidos sobre la crianza de los hijos y la administración del dinero. Si tu matrimonio tenía problemas, la gente cuestionaba si realmente habías encontrado tu vibración similar.

Los seguidores de Steven y Trina se sintieron atraídos por Duran porque necesitaban ayuda real. Muchos huían de algo—alcoholismo, adicción, abuso. Sentían un vacío en sus vidas—algo que faltaba dentro de sí mismos y sus familias. Para llenar ese vacío, recurrieron a algo que prometía respuestas. Así fue como un pequeño pueblo aislado en medio de un bosque nacional se convirtió en un refugio para personas destrozadas, todas en busca de ayuda.

Ahí es donde entraron mis padres, Deborah Lynn Sampson y Steve Rensch. Por lo que he sabido, su matrimonio aún era bastante feliz y estable cuando se unieron. En la primera fiesta de Halloween del Colectivo a la que asistieron, mi madre se disfrazó de Barbie y mi padre de Ken, y por lo que cuentan, la pasaron maravillosamente. Pero no pasó mucho tiempo antes de que las grietas en su relación comenzaran a aparecer, ampliándose hasta convertirse en profundas divisiones.

Aunque fue idea de mi madre unirse al Colectivo, mi padre rápidamente se convirtió en el seguidor más devoto. Se entregó a servir a Duran y, por extensión, a Steven y Trina. Con el tiempo, mi padre fue ordenado ministro de la iglesia y se convirtió en el principal lugarteniente y mano derecha de Kamp. A medida que su influencia crecía, su matrimonio se desmoronaba. Menos de seis semanas después de que yo naciera, mi padre de 38 años anunció que dejaba a mi madre—no por la otra mujer a la que había dejado embarazada estando casado con mi madre, sino para casarse con la hija de 19 años de Steven y Trina, Marlow.

Todo el dinero de la comunidad fluía hacia un único conjunto de cuentas bancarias controladas por los líderes del Colectivo.

Casarse con la hija de los Kamp y convertirse en padrastro de su hijo de un año, mi hermanastro Dallas, consolidó el estatus y poder de mi padre. A medida que él ganaba prominencia, la posición de mi madre se derrumbaba. Se convirtió en la primera esposa descartada—una mujer escarlata sin importancia. Durante un tiempo, incluso fue "desfusionada" del Colectivo y se le pidió que se fuera, lo que hizo cuando yo tenía cinco años. Nuestra familia—que ahora incluía a mi hermano menor Josh y al nuevo esposo de mi madre, Dennis—se mudó a Colorado.

Podrías pensar que esto la habría vuelto contra el Colectivo para siempre, pero a la larga, tuvo el efecto contrario. Cuando Steven Kamp la invitó a regresar un año después, ella volvió y, después de algunas dudas, se comprometió a trabajar aún más duro para demostrar su valía al grupo donde su exmarido ahora servía como pastor.

Cuando regresamos al pueblo, yo estaba manchado por asociación, al igual que mi madre. Yo era el hijo bastardo de Steve Rensch, prueba viviente de que su matrimonio con mi madre no había cumplido con los estándares del grupo. Apenas conocía a mi padre. De hecho, ni siquiera supe que él era mi padre hasta los siete años, casi dos años después de regresar de Colorado. Nadie—ni siquiera mi madre—reconoció su paternidad, a pesar de que él vivía justo a la vuelta de la esquina en un pueblo de solo unos cientos de personas, todos los cuales sabían que yo era su hijo.

Tal vez tenía una vaga sensación de que Dennis Gordon, un mecánico, no siempre había sido mi padre, pero como me había criado desde los cuatro años, era demasiado joven para cuestionarlo. No era Danny Rensch—era Danny Gordon, y eso se sentía normal. Luego, un día, Steve y Marlow le preguntaron a su hija Bean si le gustaba alguien. Bean dijo que le gustaba yo. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que tenían que decirle a todos que Bean y yo éramos en realidad medio hermanos—su papá era mi papá.

Si todo suena un poco incestuoso, es porque lo era. En muchos sentidos, eso es en lo que se convierten los colectivos. Nadie poseía nada personalmente. La adhesión a las enseñanzas de Duran importaba más que las posesiones materiales—el objetivo real era encontrar tu propósito.

En el pueblo, nada te pertenecía. Los bienes de todos estaban "fusionados", un término elegido deliberadamente. La idea era desprenderse del mundo material y dedicarse al viaje espiritual de convertirse en tu mejor yo. Era esencialmente una forma de comunismo. Glenn, que era como una madrina para mí, a menudo contaba la historia del día en que ella y su esposo Jim llegaron en un camión de mudanzas. Tan pronto como abrieron la parte trasera del camión, la gente apareció y comenzó a llevarse cosas. Las bicicletas estaban esparcidas por todo el pueblo porque nadie las poseía realmente. Si necesitabas ir a casa de un amigo y veías una bicicleta, la tomabas. Más tarde, cuando volvías a salir, la bicicleta a menudo había desaparecido—alguien más la había tomado.

Pasé la mayor parte de mi infancia compartiendo habitaciones con cinco a diez niños que no estaban relacionados conmigo de ninguna manera.

En el Colectivo, tu dinero tampoco era tuyo. Duran enseñaba que "el dinero es Dios en circulación", lo que significaba que tenía que fluir libremente para ser compartido por igual. Pero sin importar de dónde viniera el dinero, todo iba a un único conjunto de cuentas bancarias controladas por los líderes.

Durante años, nos hablaron de una mítica "lista de zapatos". Si necesitabas zapatos, le pedías a tu mamá, y ella decía: "Intentaré poner tu nombre en la lista y ver qué tan rápido avanzas". Pero resultó que no había lista—se inventó para ocultar el hecho de que no había dinero para zapatos. Los niños solo recibían zapatos nuevos cuando tenían que ir al médico o hacer alguna otra aparición pública. La mayoría de las veces, no íbamos al médico ni al dentista. La idea de un chequeo o limpieza regular nos era ajena. Solo ibas al dentista si te dolía una muela, y eso era todo.

Las familias eran constantemente trasladadas entre diferentes casas. Steven y Trina nos decían adónde ir. Entre los seis y los doce años, probablemente viví en ocho casas diferentes. Pasé la mayor parte de mi infancia compartiendo habitaciones con entre cinco y diez niños no relacionados. A veces incluso teníamos que compartir el agua del baño.

Toda secta tiene una jerarquía de estatus y poder. En la estructura espiritual del Colectivo, mi madre y yo estábamos en o cerca del fondo, lo que fue duro para ella pero genial para mí. Significaba que era libre. Cuando eres tan joven, aceptas el mundo como es, así que era feliz. Solo era un niño pobre del pueblo, construyendo fuertes, jugando a policías y ladrones, huyendo de pumas y teniendo lo que sentía como una infancia increíble. Aparte de mi madre, nadie sabía de mí, a nadie le importaba y nadie quería nada de mí. Entonces Steven Kamp descubrió que podía jugar al ajedrez.

Después de ver En busca de Bobby Fischer en HBO, todo ese verano fue solo ajedrez. Mi hermanastro Dallas también había visto la película y se obsesionó. Encontramos uno de esos juegos de ajedrez Mattel rojo y negro—como los que se consiguen en Walmart—y jugamos durante horas todos los días. Incluso practicábamos ajedrez rápido golpeando un libro después de cada movimiento, tal como los personajes de la película hacían con sus relojes en Washington Square Park. Una tarde, de la nada, Dallas dijo: "Oye, ¿por qué no vienes conmigo y juegas al ajedrez con mi abuelo?".

Por "abuelo", se refería a Steven Kamp. Para Dallas, ir a casa de Kamp no era gran cosa, pero yo estaba aterrorizado. Solo había tenido unas pocas interacciones con esta figura poderosa y distante. Aun así, fui, y desde el momento en que entré, me sentí abrumado. El lugar tenía una energía, en parte porque era el hogar de los Kamp. Mientras todos los demás vivían con tres o cuatro familias bajo un mismo techo, los Kamp vivían solos.

Kamp tenía una verdadera pasión por el ajedrez. Había aprendido de su padre, poseía muchos libros de ajedrez y le encantaba jugar. Yo era un jugador decente en comparación con la mayoría. Toda la experiencia se sintió surrealista. Recuerdo estar en la cocina más tarde ese día y pensar: "Dios mío, tienen Cheerios". Mientras todos los demás vivían con cupones de alimentos, Kamp tenía cigarros y pilas de revistas Cigar Aficionado. No me molestaba—pensaba que era genial, y el olor a cigarros añadía a su mística. Tenía cosas bonitas que otros no tenían, y eso parecía correcto.

Durante septiembre y hasta el otoño, Dallas y yo éramos invitados regularmente a jugar. Kamp era mucho más fuerte que nosotros al principio, y nos dio una introducción adecuada al juego. Compartió sus libros de ajedrez, nos mostró estrategias y movimientos, nos enseñó a leer la notación descriptiva y a decir cosas geniales como "peón a alfil dama 5".

Para octubre, Kamp estaba lo suficientemente emocionado con nuestro progreso como para comenzar a buscar un torneo en el que pudiéramos participar. Resultó que el Abierto Copper State se acercaba, así que nos inscribió. Me enteré en mi cumpleaños. En la mañana del 10 de octubre, abrí los regalos de Dennis y mi madre. Me dieron un set de ajedrez de torneo—de esos con tablero de vinilo que se enrolla como papel de regalo, guardado en una bolsa con cierre, dos bolsillos para las piezas y un bolsillo central para un reloj. También me consiguieron el reloj, del tipo clásico que se ve en las películas donde los jugadores golpean los botones de latón después de cada movimiento. Fue el mejor cumpleaños de mi vida.

El día del torneo fue un borrón porque estaba hecho un manojo de nervios todo el tiempo. No podía pensar con claridad. Abandoné una posición ganadora tras otra y terminé con cero victorias y cinco derrotas. No fue un gran comienzo. Dallas, siendo un año mayor y más maduro, ganó cuatro y perdió una. Kamp había prometido pagarnos cinco dólares por cada partida que ganáramos, así que Dallas recibió $20 y yo no recibí nada.

El lunes siguiente en mi escuela primaria, Shelby School, los otros niños se burlaron de mí sin piedad por perder tan mal. Estaba tan disgustado que corrí a casa llorando durante el recreo. Esa noche, mi madre me sentó y me dijo que había hablado con Kamp. "Cariño", dijo, "hablamos con el tío Steven, y aunque Dallas ganó más partidas, él pudo notar que tienes don para el ajedrez. Vio lo mucho que te importa y cree que tienes un don para el juego". Escuchar eso se sintió increíble. Aquí estaba este hombre impresionante diciendo que creía en mí—y si él lo hacía, quizás yo también podía creer en mí mismo.

Después de ver el potencial que Dallas y yo mostramos en ese primer torneo, Kamp anunció: "Vamos a formar un equipo de ajedrez en la escuela Shelby. Veamos cuántos otros niños quieren jugar". Y porque Kamp era el tipo de persona que hacía que las cosas sucedieran, así fue. Todo lo que necesitábamos para mejorar en ajedrez, lo obtuvimos. Pronto, incluso tuvimos nuestra propia furgoneta—una grande y blanca a la que llamábamos La Ballena—y siempre había un padre disponible para llevarnos a los torneos. Durante todo ese invierno y primavera, jugamos torneo tras torneo. Dominamos a todos. El equipo de ajedrez de la escuela Shelby se estaba haciendo un nombre, y la gente comenzó a preguntarse cómo esta pequeña escuela del norte de Arizona podía volverse tan buena, tan rápido.

En el Colectivo, asistir a una sesión de trance con Duran era como ir a la iglesia en una fe más tradicional. Una vez a la semana, nos reuníamos en filas de sillas plegables en una habitación tranquila, alfombrada, con ventanas oscurecidas, iluminada tenuemente por algunas bombillas rojas—el escenario perfecto para que Trina entrara en trance. Ella se sentaba frente a nosotros en una gran y cómoda butaca.

Los trances podían volverse intensos si el mensaje de Duran era pesado. A veces el sermón abordaba las deficiencias más amplias del grupo, o se centraba en miembros individuales, tocando temas sensibles que los afectaban personalmente. Se animaba a la gente a abrirse y hacer preguntas sobre sus matrimonios, relaciones entre ellos o problemas con padres o hijos.

Una noche, no mucho después de que yo tuviera... Cuando tenía 12 años, en un círculo de trance dominical típ