La UE es un gigante. Entonces, ¿por qué tiembla ante Trump como un ratón asustado? | Alexander Hurst

La UE es un gigante. Entonces, ¿por qué tiembla ante Trump como un ratón asustado? | Alexander Hurst

¿Recuerdan esos videos irónicos de "introducción" que se volvieron virales durante el primer mandato de Trump, esos que pretendían explicarle con humor los países europeos? Todo empezó con el comediante neerlandés Arjen Lubach, quien terminó su clip sobre Países Bajos diciendo: "Entendemos que es 'América primero', pero ¿podemos al menos ser segundos?". Resulta que los líderes europeos se tomaron esas bromas demasiado en serio.

En lugar de mantenerse firmes en las negociaciones comerciales con Trump, la UE se rindió antes de que empezara el juego. En vez de buscar independencia estratégica, prometió gastar cientos de miles de millones en armas estadounidenses. En lugar de impulsar metas climáticas, se comprometió a comprar enormes cantidades de gas natural de EE.UU. En vez de negociar reducciones arancelarias mutuas, aceptó un golpe unilateral a sus exportadores. ¿Y en lugar de dignidad? Una rendición humillante.

El supuesto "acuerdo" que Trump cerró con Ursula von der Leyen el mes pasado plantea preguntas sin fin. ¿Por qué la UE, un gigante económico, actúa como un ratón tímido? ¿Por qué conformarse con migajas de poder? ¿Por qué no exige respeto como China, que respondió a los aranceles de Trump hasta que él cedió? ¿Por qué los políticos europeos no entienden que los votantes premian a líderes que luchan por ellos —basta ver a Mark Carney en Canadá o a Lula en Brasil—? ¿Y por qué, incluso tras el Brexit, siguen ignorando que a los votantes les importa más la identidad y la emoción que la fría lógica económica?

La UE tenía palanca, pero le faltó valor. Como señaló Macron, Europa no inspira "suficiente miedo". Sin embargo, tiene más poder económico sobre EE.UU. que China. Con sus herramientas contra la coerción, la UE podría paralizar la industria estadounidense de semiconductores cortando exportaciones, convirtiendo el proyecto de IA de 500.000 millones de Trump en una quimera. Podría desmantelar el dominio de Silicon Valley gravando a los gigantes tecnológicos, bloqueando su acceso al mercado y eliminando sus protecciones de propiedad intelectual. Para rematar, incluso podría interrumpir el suministro de fármacos como Ozempic.

¿Escalaría esto? Sin duda. Pero como actor tecnológico más débil, la UE tiene menos que perder —y más que ganar—. Los europeos ya desprecian a Trump, y una guerra comercial podría unirlos, mientras que los estadounidenses —la mitad de los cuales también lo odian— no se movilizarían a su favor.

Subestimamos la frustración latente en Europa. El primer líder que le diga públicamente a Trump dónde meterse —sin rodeos ni disculpas— cosechará un apoyo popular sin precedentes.

¿Es esto irreal? Quizá. Pero todo lo relacionado con Trump lo es. ¿Por qué aceptamos conductas escandalosas de EE.UU. pero nunca las esperamos de nosotros? Al rendirse, Europa confirmó la creencia de Trump de que es débil y manipulable. Ahora él volverá por más —como el secretario de Comercio Howard Lutnick, que ya apunta a regulaciones tecnológicas de la UE tras el acuerdo—.

El mundo ha cambiado. Rusia, China y EE.UU. quieren esferas de influencia donde el poder, no las reglas, decida los resultados —solo difieren en cuánto caos (Rusia) o estabilidad (China) prefieren—. Trump es experto en instrumentalizar emociones, pero también es profundamente predecible. Europa solo debe decidir: ¿seguirá actuando como un ratón o empezará a comportarse como el león que es?

La UE es la última gran potencia comprometida con un mundo regido por leyes. Aunque otras naciones —como Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Japón y quizá Brasil (en clima)— comparten este objetivo, Europa lleva tiempo cautivada por el relato estadounidense, ahora más oscuro bajo Trump. Esto la deja en una posición frágil, tanto económica como geopolíticamente. Su dependencia de EE.UU. y el miedo a que Trump abandone a Ucrania exponen su hipocresía: no aplica el derecho internacional contra Netanyahu en Gaza, pero condena con razón los ataques de Putin a civiles ucranianos.

Europa enfrenta un momento crítico. ¿Seguirá estancada en medias tintas, divisiones internas y compromisos infinitos? La ultraderecha propone una respuesta: desmantelar la unión, reduciéndola a luchas internas e irrelevancia global. Pero ¿cuál es la alternativa para quienes creen en una Europa unida?

La UE debe empezar a creer en sí misma —no en el relato de EE.UU.—. Eso implica repensar la prosperidad más allá del PIB, integrar el clima en cada decisión económica y reformular el comercio global en torno a precios del carbono, usando el sistema de emisiones europeo como base. Significa autofinanciarse con impuestos corporativos comunes, a la riqueza y a la tecnología, silenciando quejas de la ultraderecha sobre "enviar dinero a Bruselas". Implica gastar con audacia —en tecnología, espacio u otros ámbitos estratégicos—, porque los fracasos de Europa a menudo surgen de su reticencia a invertir. El presupuesto de la NASA eclipsa a la Agencia Espacial Europea; ¿por qué no igualar esa ambición?

Finalmente, la UE debería copiar algo de Trump: importarle menos. Si los críticos atacan, responder con seguridad. Un portavoz de von der Leyen podría decir: "Puede que no sea la mejor negociadora, pero al menos no es una delincuente o un depredador".

La elección es clara: o Europa actúa con convicción o se desvanece en la irrelevancia.

Alexander Hurst es columnista de Guardian Europa